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Filósofa y activista por los Derechos Animales.
Creadora de Cross Cursos, un espacio de formación en filosofía, lógica y argumentación, orientado al pensamiento crítico y análisis riguroso de problemas éticos contemporáneos.
Durante más de una década participé activamente en el movimiento por los Derechos Animales en Chile, desde el activismo de denuncia hasta el trabajo político e institucional. Esa experiencia fue decisiva para comprender no solo qué no funciona, sino por qué muchas estrategias bien intencionadas fracasan éticamente.
En 2012 participé en una investigación encubierta en criaderos peleteros de chinchillas, junto a periodistas del canal TVN. El reportaje expuso la crueldad de la industria, el tráfico de medicamentos y la falta de fiscalización. Sin embargo, el enfoque mediático redujo el problema al “maltrato animal”, sin cuestionar el especismo ni la dominación estructural de los animales por parte del ser humano. El resultado fue una indignación momentánea, pero ningún cambio profundo. La explotación continúa hasta hoy.
En 2013, junto a la organización Defensa Animal —que fundé y de la cual formé parte— apoyamos públicamente al entonces candidato presidencial Marcel Claude, cuyo programa decía incluir los Derechos Animales bajo el lema “Los Derechos Animales también van a La Moneda”. Sin embargo, dicho programa nunca incorporó una defensa real de los derechos fundamentales de los animales no-humanos, sino únicamente propuestas prohibicionistas parciales (rodeos, circos, peleterías), presentadas erróneamente como políticas abolicionistas.
Con el tiempo comprendí que esta confusión —entre la Filosofía de los Derechos Animales y el llamado “Derecho Animal” en singular— no es inocente. Mientras la primera cuestiona la explotación en su raíz, el segundo se limita a regularla. Tratar ambas nociones como equivalentes constituye un error grave, e incluso puede considerarse un fraude en términos morales.
Tras el fracaso de esas iniciativas, lideré junto a otros activistas la campaña Derechos Animales Constitucionales, cuyo objetivo era consagrar derechos a los animales en una eventual nueva Constitución. Estas propuestas, lejos de proteger auténticos derechos, buscan generalmente reforzar el reconocimiento de la sintiencia animal para optimizar la explotación, sin cuestionar el estatus de propiedad al que los animales no-humanos están sometidos. Mientras ese estatus sea social y jurídicamente legitimado, ninguna Constitución puede proteger sus intereses fundamentales.
También participé en campañas públicas como “Chile libre de peleterías”, incluyendo intervenciones masivas en espacios como el Costanera Center. Hoy reconozco ese pasado como un error que no niego. Se trataba de campañas monotemáticas y bienestaristas que violan un principio ético básico: la igualdad. Si la causa de la explotación es la misma —el especismo— no existe justificación moral para combatirla de manera parcial o selectiva.
En 2013 participé además en la primera alianza formal por los Derechos Animales en Chile, junto a organizaciones nacionales e internacionales. La alianza tenía como objetivo comprometer a candidatos públicos para que incluyeran los Derechos Animales en sus programas, y así conformar una lista que permitiera a la ciudadanía votar de forma informada. Aquella experiencia evidenció otro problema recurrente: la mezcla incoherente de enfoques como la abolicionista, reformista y prohibicionista, que terminan legitimando políticas que no desafían la mentalidad antropoespecista dominante.
En 2014 participé directamente en conversaciones para impulsar un proyecto de ley que buscaba prohibir el negocio de las pieles en Chile. El trabajo se realizó junto a la entonces diputada Camila Vallejo Dowling y su equipo jurídico. Este episodio fue decisivo para comprender los límites reales del ámbito legal y político en materia de Derechos Animales. Los propios abogados involucrados sostenían que el proyecto no podía fundamentarse en los intereses de los animales en sí mismos, sino únicamente en razones externas —ambientales, sanitarias o económicas—, ya que los animales no-humanos carecen de reconocimiento como sujetos de derechos y continúan siendo considerados propiedad. Este fue el último intento de mi parte por trabajar dentro del sistema legal y político tradicional.
Ese mismo año comprendí el enfoque abolicionista de los Derechos Animales y cambié radicalmente mi forma de pensar y actuar. Fue entonces cuando encontré en la filosofía una herramienta poderosa para enfrentar no solo la injusticia hacia los demás animales, sino también otras formas de injusticia social. La filosofía permite ir a la raíz: analizar conceptos, desenmascarar incoherencias y cuestionar los supuestos morales que sostienen sistemas de dominación.
De esta convicción nace Cross Cursos. Un espacio de formación en filosofía, lógica y argumentación, donde ofrezco cursos —muchos de ellos gratuitos— orientados a dotar a las personas de herramientas conceptuales para pensar con rigor. Creo firmemente que la justicia no surge de las buenas intenciones, sino de la coherencia entre ética, pensamiento y acción.
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